CRUCE DE CAMINOS
Caía
el ardiente sol de mediodía, iluminando cada rincón del lugar. Como
habitualmente, me encontraba en el apacible parque de la ciudad,
contemplando una escena ya típica para una mujer como yo, mera
observadora de mi alrededor, pero poco curtida a la hora de mirar mi
interior. En una danza de movimientos interminable, veía sonrisas de
niños ir y venir, miradas cómplices, manos entrelazadas, sueños e
historias tejidas en cada movimiento. Qué deciros; era una preciosa
rutina que me evadía de lo que consideraba mi pequeño mundo de
espantosa realidad. Y, quién sabe si por fortuna, aquel que dirigía
nuestras vidas a su gusto desde arriba, se encontraba tan aburrido y
atrapado como yo. Sí, amigos, el destino en persona acudió me
presentó algo fuera de lo normal aquel mediodía de mayo.
Tan
ensimismada estaba que no me percaté, hasta varios minutos después,
de la cabecita rubia que se había sentado conmigo en aquel
desgastado banco. El desconcierto se apoderaba de mí e, intentando
no mostrar ni un ápice de sorpresa, posé unos ojos inquisidores
sobre ella. Movía la cabeza en un vaivén interminable, entonando
una dulce cancioncilla, sin ninguna intención de dirigirme la
palabra. Interrumpió su canto de sobresalto y buceó en mis ojos,
girándose hacia mí súbitamente.
-
Pareces triste -musitó. Quizá no era la forma de comenzar una
conversación con un desconocido, pero me transmitía un intenso
sentimiento de ternura y decidí entablar conversación.
-
Un poco -le contesté tras unos instantes zambullida en mis
pensamientos buscando la respuesta correcta.
-
Creo que te entiendo – asintió con seriedad. ¿Qué podía
comprender ella?- Conozco los síntomas y estás así porque no te
dejan cumplir tus sueños.
Me
llevé la mano a la cabeza en un gesto de desesperación. No me
gustaba dónde estaba desembocando esto. Dubitativa buscaba la manera
de zanjar el tema, pero ella me miraba triunfalmente, con la sonrisa
que alguien tiene cuando considera que lo que ha dicho es
irrefutable.
-
Verás, mis amigos tampoco me dejan. Pero te confiaré un secreto. Mi
sueño es volar allá arriba -señaló el despejado cielo con
determinación- y poder tocar las estrellas. Todos consideran que
estoy loca. “La pequeña Molly ha perdido la cabeza” -imita con
voz grave profiriendo una nueva carcajada.
-
A veces el mundo te niega cumplirlo -le sonreí tristemente.
-
¿Qué sabrá el mundo? Si quieres algo , demonios, lánzate a por
ello. No sirve quedarse lamentándose en un banco todos los días,
sufriendo por un fatal destino. Cuando cumplas un sueño, plantéate
otra meta. Esfuérzate en la dirección correcta, lucha
interminablemente. ¿Acaso la vida no es eso? -terminó el discurso
ardientemente.
-
Quizá tengas razón, hablas bastante bien para ser tan pequeña
-asentí. Mis mejillas enrojecían. ¿Qué había hecho para que
alguien más joven que yo me sermoneara?
-
Por eso tocaré las brillantes estrellas, y cuando vuelva, quiero
encontrarte tan reluciente como ellas, por haber luchado contra lo
que te oprime-. Nos miramos las dos tras el final de aquella frase.
-¿Prometido? -endulzó su voz,
Un
grito desgarró aquel momento, donde parecía que el mundo había
parado y vuelto a girar de nuevo. Desapareció como había venido,
mágicamente, con sus lazos y ondas rubias, no sin antes girarse y
gritar:
-
¡Una promesa es una promesa!
Me
levanté del banco con fuerzas repuestas. Atentos lectores, esto no
es una historia de las que se convierten en polvo, sino eterna.
Porque pequeñas casualidades, giros imprevistos, encontronazos del
destino, cambian nuestro rumbo. Y claro, tras aquello, lo que a
continuación pasó no lo sabemos, aunque quizá yo tenga una ligera
idea. Quizá le dé vida de nuevo a este maltrecho periódico, y lo
cuente en otra ocasión, cuando las estrellas caigan en una lluvia
infinita. Buenas noches, amigos.
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