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MI EXPERIENCIA COMO RESIDENTE EN FINLANDIA


Al igual que en años anteriores, el inicio de curso para algunos alumnos de segundo de Bachillerato se ha pospuesto unas semanas debido al intercambio organizado por el centro a ese lugar “desconocido e inaudito para muchos” llamado Finlandia. Así ha sido para mí este año y, a continuación, os resumiré mi experiencia en el país de residencia de Papá Noel.

Conocido por muchos como el país de los mil lagos y de las auroras boreales, Finlandia es un pequeño territorio en cuanto a población y mediano en cuanto a extensión perteneciente a la Unión Europa y situado al norte de esta, más concretamente arriba del mar Báltico y entre Suecia (este) y Rusia (oeste). Sus frías temperaturas también son un signo de identidad que para muchos de los que lo hemos visitado (yo incluido) se asociaría a la categoría de aspectos mejorables. Y eso que mi estancia se produjo en verano.

Ahí estaba yo, el pasado tres de agosto, sentado en un avión meditando sobre como sería el próximo mes y medio de mi vida; sobre si la suerte estaría de mi lado en aspectos tan básicos como la vida familiar o en el día a día en un instituto que forma parte de la ya conocida mejor educación del mundo.
No habían pasado ni dos horas y ya añoraba el clima mediterráneo y esas aguas cristalinas de nuestras bonitas playas, probablemente porque sabía que allí no encontraría nada de esto, y como bien dice el dicho, no empiezas a valorar lo que tienes hasta que lo pierdes. Nada más lejos de la realidad.

Mis primeras impresiones fueron buenas, la vida allí no parecía tan distinta como pensaba, gente cercana y con ánimo de compartir conmigo su idiosincrasia para que desde el primer día me sintiese como en casa. Paisajes increíbles y una ambiente familiar que en países tan poblados no tenemos.




Durante las primeras semanas tuve la suerte de poder disfrutar más del país en sí, ya que el curso todavía no había empezado. Visité Estonia, un país europeo separado de Finlandia al sur por el mar Báltico. Fue ver su capital, Tallín y enamorarme al instante, ese centro antiguo amurallado me recordaba tanto a una ciudad de la Edad Media que no pude evitar mi agrado hacia lo que estaba viendo.



Con el inicio de curso todo cambió. La rutina se apoderó del día a día. El instituto era una maravilla, un edificio acristalado que más bien parecía una facultad con últimas tecnologías en su interior. La metodología allí impartida también era bastante diferente a la que nosotros conocemos, cada mes y medio realizan los exámenes finales y cambian de asignaturas, así unas 4 o 5 veces por curso. El ritmo de la clase es distinto, es mucho más práctico y ameno aunque las clases son más duraderas (1 hora y 20 minutos). En definitiva, mi opinión sobre la educación finlandesa asume totalmente el tópico que coloca a la educación finlandesa al frente en la clasificación mundial.

Las últimas semanas fueron las más rápidas y divertidas debido a que ya estaba adaptado. Sus costumbres ya se habían convertido en las mías, de hecho, la que más me llamó la atención fue el amor de esta cultura hacia las saunas, cada familia disponía de una en su propio baño. Hombres por un lado y mujeres por el otro, por turnos y todos desnudos a disfrutar de una buena sesión de este método de relajación que bien hace efecto con esas temperaturas.

Mi regreso estaba a la vuelta de la esquina y, quieras o no, como en casa en ningún sitio. La experiencia creo que me ayudó a madurar y a conocer una cultura que muchas personas desconocen y que realmente es muy interesante. Por ello, recomiendo a todo el mundo que disponga de esta oportunidad que no la desaproveche y que se lance a la aventura, ya que no se arrepentirá.



JAVIER REIG RUBIO
 2BACHB 



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